DICTADO
Bajó la cabeza satisfecho, hasta que se apagó el último rumor de nieve pisoteada y supo que su hijo se encontraba más allá del sonido de su voz. Entonces extendió la mano, con angustia, hacia la leña. Era lo único que se interponía entre él y la eternidad que le rodeaba. La duración de su vida podía medirse por un puñado de ramas. Una tras otra, irían alimentando la hoguera y, de este modo, paso a paso, la muerte acabaría por asaltarle. Cuando la última astilla se hubiera consumido, la helada iba a adquirir mayor fuerza.
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